El gobierno B

No hay nada como ser juez para hacer política mientras proclamas que estás haciendo justicia. Te pones la toga, te proclamas con gesto adusto y senatorial defensor del Estado de Derecho y abanderado de la división de poderes, te sientas en lo alto del estrado y de vez en cuando repasas la chuleta que te pusiste en el bolsillo donde hay no apuntes sobre las últimas leyes, no, nada de eso, sino unas cuantas notas: los objetivos que te marcan quienes te utilizan (con tu consentimiento y entusiasmo) como división acorazada contra las tropas gubernamentales.

Un día alguien propone que proceses al presidente por alta traición. Otro, empapelar políticos por mantener reuniones. Al siguiente, te convocan para escenificar un auto sacramental como el del etarra de Juana. Otro día alguien dice que nadie puede estar por encima de la ley, incluso quienes no la votaron, y a ver quién se atreve a negar ese postulado. Y así día a día, ganando posiciones, jugando la gran partida.

Nada nuevo, por otra parte, porque este país (léase poderes legislativo y ejecutivo) nunca ha querido en serio una justicia de verdad independiente y despolitizada, no ajena a la política, pero sí a las estrategias de partido. Y así tenemos lo que tenemos, un intento de crear un Estado-bis, una república de los jueces, una especie de gobierno de segunda vuelta: ya que no consiguieron el gobierno A en las urnas, al menos utilizan el gobierno B. Un gobierno en la sombra, ganado -en parte- en las oposiciones y en aquellos ocho años que dedicaron a construir varias fortalezas, pero sobre todo dos: la judicial y la mediática, para cuando vinieran malos tiempos. Aunque no nos olvidemos de la fortaleza policial, que cuenta con oscuros callejones y alguna que otra alcantarilla por donde es un secreto a voces que circula abundante información confidencial y alguna cosa más fea también. Y por lo que se refiere a la fortaleza económica no les dio quebraderos de cabeza, porque la dominan desde siempre: véase Endesa, por ejemplo, y una lista interminable de patrocinadores a quienes un día ya les devolverán el favor con creces.

Con dinero, medios y jueces, y algún que otro poli emboscado, se puede hacer la vida imposible a un gobierno y a un país entero. Y en eso están. Este es el juego.

Cuando alguien osa levantar la voz en público, en vez de las ejemplarizantes y sumisas reacciones de la vice de la Vega, de manual del buen demócrata, le arrojas el Estado de Derecho a la cabeza, te envuelves en la sagrada toga y te escandalizas porque te dicen en la cara que estás haciendo política. Disfrazada de justicia, claro. Lo que están haciendo tiene un nombre, que a ellos les encanta usar a menudo. Ya se sabe, la cabra siempre tira pa'l monte…

Se llama golpe de estado. Sin tiros, sin tanques, sin bigotes. Impartiendo justicia "en nombre del Rey" (confieso que nunca entenderé por qué) y olvidando que en realidad es en nombre y por delegación del pueblo. Hasta que un día, cautivo y desarmado el ejército rojo…

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