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La candidatura de Segolène Royal (un hito histórico para la lucha por la igualdad de la mujer) ha ido perdiendo fuelle con el paso de los meses. El tablero de juego está escorado hacia la derecha: Bayrou (la sorpresa centrista), Sarkozy (el flic del garrote y tente tieso) y Le Pen (poderoso heredero de la tradición del fascismo francés)… Y en éstas, a madame Royal no se le ocurre nada mejor para reanimar su alicaída campaña que envolverse con la bandera y la Marsellesa: si quieres presidir Francia, qué mejor que encarnarla, sugiriendo un paralelismo con el hermoso icono de la Marianne… Gran receta, vive la France, monsieur, para las enfermedades que padece Francia: una buena dosis de bandera e himno lo curan todo. El truco: ahora resulta que la izquierda ha reconquistado el derecho a cantar la Marsellesa, supuestamente abducida por la extrema derecha. Vaya, que nos acaba de servir una indigesta ración de nacionalismo disfrazado de progresismo y patriotismo social. Ahora, ¿quién le dice a Rajoy y sus patrióticas huestes que la bandera y el himno de l’Espagne son símbolos que pertenecen a todos y que es nefasto mezclarlos con la actividad partidista?

Madame Royal, “la Zapatera”, hija y nieta de militares, creció a la sombra de la bandera tricolor y se ha abrazado a ella para remontar en las encuestas. Tal vez sea un buen recurso de marqueting electoral a la desesperada, pero es una patética y peligrosa propuesta política: el nacionalismo sabiamente agitado y manipulado es un buen camuflaje cuando el mensaje racional no ilusiona a la sociedad. Banderas al viento, himnos a todo volumen, palabras grandilocuentes, patriotismo vibrante, desfiles…: a menudo sólo esconden un gran vacío. De París nos va a llegar pronto una nueva moda… De la haute coûture hemos pasado a la street-coûture para las épicas manifestaciones en defensa de la patria amenazada. De Chanel a las banderas prêt-à-porterNous sommes foutus!

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