España nuestra que estás en los cielos

Dice así el segundo mandamiento, según el Antiguo Testamento (Deuteronomio, 5, 7-21): "No te harás imagen de escultura ni de figura alguna de cuanto hay arriba en los cielos ni abajo en la tierra. No las adorarás ni les darás culto, porque yo, Yahveh, soy un dios celoso…" Un segundo mandamiento que la iglesia católica, tan aficionada a enmendarle la plana al mismísimo Dios, convirtió en "No tomarás el nombre de Dios en vano". El fraude cometido con los 10 mandamientos está a la vista de todo el mundo: quien tenga ojos, que vea. Sólo hay que comparar los mandamientos que Yahveh entregó a Moisés en el Sinaí con los que enseña el magisterio de la santa madre iglesia: están en cualquier catecismo.

Es tan obvia la falsificación, tan evidente, que ha resistido dos mil años. La autoridad moral de una organización que falsifica con tanto descaro uno de los mensajes fundamentales de su dios es perfectamente descriptible.

Bueno, pues ahora los señores obispos, que pastorean un rebaño cada vez más rebelde, pretenden nada más y nada menos que ayudar "a los católicos a responder a sus obligaciones de caridad social respecto a la patria", ofreciendo para ello "un ejercicio autorizado de la razón moral iluminada y fortalecida por el Evangelio de Cristo". Ni más, ni menos. Gran novedad teológica: Jesús se convierte en el auténtico pilar de la sagrada e indivisible unidad de España. Que, claro, es "un elemento fundamental del bien común", un bien moral. Por eso de vez en cuando le rezan, como a un viejo y nuevo ídolo.

Dios escribe recto con renglones torcidos. Los obispos escriben claro con textos confusos. Ahora es el turno del arzobispo de Pamplona, Aguilar, y el secretario de los obispos, Martínez Camino, que añaden algún que otro corolario a las pastorales más rudas de Rouco y Cañizares. La unidad de España es un bien moral. La secesión no es moralmente aceptable. E incluso en el supuesto de un referéndum verdaderamente libre y voluntario "nos encontraríamos en un caso de posible legitimidad legal no sustentada en una base suficiente de legitimidad moral".

Más claro imposible: Dios quiere que seamos españoles. Es la ley divina.

Pero más les valdría haberse ahorrado todo este ejercicio argumental, basado en una supuesta autoridad moral que difícilmente se sostiene en asuntos espirituales y aún menos en asuntos terrenales. Esta nada sutil reformulación conduce directamente al núcleo duro del nacionalcatolicismo, el mismo que hizo de un general "Caudillo por la gracia de Dios". Al general se le entendía mucho mejor. Españoles por cojones. Y arriba España. Hasta el cielo, claro.

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