La Esppaña del "cuéntame"
La capacidad de organizar atronadoras algaradas que tienen los abanderados de la España nacional es impresionante. Absolutamente fascinante. Dentro de unos años aparecerán en los manuales de campañas políticas y acabarán dando clases y conferencias a a quien les quiera escuchar. Ésta es una cuestión interesante: si esta técnica funcionaría en otro país sin las estructuras mentales y las iconografías de la España nacional. Por suerte para el futuro de la humanidad, creo que esta campaña permanente, tan perversa como técnicamente brillante, sólo puede funcionar en un terreno previamente abonado.
La gran virtud de los estrategas de la santa alianza (el PP, la COPE, los obispos y cardenales españoles y buena parte de la iglesia católica y romana, ElMundo y un conglomerado económico poco investigado que le echa gasolina a este formidable motor mediático) es haber descubierto la España del "Cuéntame". La España del franquismo blando, la de "haga como yo y no se meta en política", la España del 600, de los apartamentos en Benidorm, del 1,2,3, la España que ignoraba los dramas sociales y las protestas políticas, la España tranquila a la sombra de los grises y del tricornio de toda la vida. La España que se vestía de domingo para ir a misa, que miraba por la tele los desfiles militares, la España de las "Crónicas de un pueblo". Una España con banda sonora de Raphael, Karina, la Eva María del bikini a rayas, un poco de copla, Eurovisión y cosas por el estilo. Una España con mucha gente que no era franquista, pero que ya le iba bien aquel régimen que había lavado su cara y en el cual el fascismo originario de los años 40-50 había quedado reducido a folclore friki. Una España de derechas de toda la vida que se veía a ella misma como a apolítica. Una España del Real Madrid, que no tenía que abusar de la bandera rojigualda porque era tan natural como respirar.
Aquella España quedó desamparada durante los años de la transición, superada por los acontecimientos. Pero silenciosamente se fue reproduciendo, multiplicando, consolidando y parió nuevas generaciones para las cuales su mapa mental, su paraíso original, era precisamente éste, quizás con algunos toques más de modernidad: ordenadores, internet, teorías económicas ultraliberales... y para de contar. Una España de gente bien preparada y bien vestida, bien situada en el mundo de la economía y los negocios, que resistió una transición marcada por el predominio ideológico, social y político de la otra España, la que había sido inquieta pero impotente en la recta final del franquismo: la progre, la de los nacionalismos periféricos, la roja, la de izquierdas, la socialdemócrata, la liberal, la europeísta, la del Vaticano II... Este bloque mantuvo la iniciativa desde la muerte de Franco hasta el deprimente final de la larga etapa de gobiernos socialistas de los 80 y principios de los 90: más o menos, del 75 hasta el 96. En esta etapa Felipe González supo encontrar un punto medio, algunas complicidades con el bloque silencioso: intentó un nuevo nacionalismo español menos rancio, personificó un gobierno fuerte y sólido (eso les gusta mucho), dio caña a los nacionalismos periféricos... E impulsó también numerosas actuaciones políticas clásicas desde el punto de vista de la izquierda, que alumbraron el Estado del Bienestar: un mix político avalado por mayorías contundentes a las elecciones y un poderoso predominio social y mediático. Además, hizo la guerra -sucia y limpia- a los terroristas del norte, con la complicidad social de la mayoría silenciosa de derechas.
Mientras tanto, el mundo fue cambiando. Del mundo que vivía una oleada de progresismo y liberalismo (años 60 y 70), con todos los matices que se quieran, pasamos al mundo del final de la guerra fría, del reaganismo, del thatcherismo, de la guerra de Afganistán donde se agotó la URSS y se forjó Bin Laden, el mundo del ayatollah Jomeini, el mundo del papa Juan Pablo II Totus tuus, gran agitador y personaje clave de la revolución neoconservadora: en aquel caldo de cultivo fue bebiendo la España del "Cuéntame", encontró bastantes vitaminas, ideas, mitos para volver a prestigiar el conservadurismo de toda la vida que había pasado una etapa de decadencia y silencio. Y cristalizó y salió a la luz, orgullosamente, sin manías, en la era Aznar. Con una izquierda de capacaída, deprimida, vivieron tiempos gloriosos que acabaron con la foto de las Azores, la boda de la niña, el rancho del emperador Bush y la guerra imperial de Irak. Sin olvidar el Prestige, el vuelo del Yakolev y la gloriosa invasión de Perejil. Años durante los cuales se apropiaron de la bandera española, del himno, de la Constitución y de Madrid. Y dieron mucha, muchísima más caña a los nacionalismos periféricos, alimentando una oleada de separatismo y radicalismo que ha empezado a trastocar el mapa político español del siglo XXI. Pero justo cuando pensaban que tenían por delante unas cuantas décadas para disfrutar de todo el poder económico y político, lo perdieron de golpe en los idus de marzo: fue fatal la combinación de una matanza en unos trenes y de las mentiras de los gobernantes que intentaron ganar las elecciones cabalgando encima de los féretros de los muertos.
Por eso ahora salen a la calle, llenos de rabia y de orgullo. Son centenares de miles y ocupan las calles con miles de banderas. Nunca habían desaparecido: la historia los había escondido, los había dejado en un rincón. Éstos son sus tiempos, están convencidos. Confieso que a veces me acojona, dicho en plata, pensar que tienen razón: en un mundo de guerras de religión y petróleo, un mundo medieval y tecnológico que acabará matándose por el agua y por la comida pero sobre todo por los dioses y las banderas, como siempre, tienen el abono necesario para crecer y multiplicarse. Parece que el péndulo de la historia juega a su favor. Veremos qué pasa a las próximas elecciones norteamericanas y cómo evoluciona el drama bíblico/coránico en Oriente Medio. Si continúan los neocons en la Casa Blanca, si Irán e Israel acaban chocando, si Bin Laden acaba convirtiéndose en el Saladino que sueña ser, si el nuevo papa Benedicto acaba encontrando su papel de líder espiritual de las cruzadas del siglo XXI, esto tendrá pronto mala pinta. El partido de la guerra y del Yahveh de los ejércitos vivirá tiempos gloriosos. Una vez más, Europa empezará en los Pirineos y habremos vuelto al principio. Al "Cuéntame". Y nos tendremos que preguntar más en serio que nunca si podemos ir juntos a alguna parte.
La gran virtud de los estrategas de la santa alianza (el PP, la COPE, los obispos y cardenales españoles y buena parte de la iglesia católica y romana, ElMundo y un conglomerado económico poco investigado que le echa gasolina a este formidable motor mediático) es haber descubierto la España del "Cuéntame". La España del franquismo blando, la de "haga como yo y no se meta en política", la España del 600, de los apartamentos en Benidorm, del 1,2,3, la España que ignoraba los dramas sociales y las protestas políticas, la España tranquila a la sombra de los grises y del tricornio de toda la vida. La España que se vestía de domingo para ir a misa, que miraba por la tele los desfiles militares, la España de las "Crónicas de un pueblo". Una España con banda sonora de Raphael, Karina, la Eva María del bikini a rayas, un poco de copla, Eurovisión y cosas por el estilo. Una España con mucha gente que no era franquista, pero que ya le iba bien aquel régimen que había lavado su cara y en el cual el fascismo originario de los años 40-50 había quedado reducido a folclore friki. Una España de derechas de toda la vida que se veía a ella misma como a apolítica. Una España del Real Madrid, que no tenía que abusar de la bandera rojigualda porque era tan natural como respirar.
Aquella España quedó desamparada durante los años de la transición, superada por los acontecimientos. Pero silenciosamente se fue reproduciendo, multiplicando, consolidando y parió nuevas generaciones para las cuales su mapa mental, su paraíso original, era precisamente éste, quizás con algunos toques más de modernidad: ordenadores, internet, teorías económicas ultraliberales... y para de contar. Una España de gente bien preparada y bien vestida, bien situada en el mundo de la economía y los negocios, que resistió una transición marcada por el predominio ideológico, social y político de la otra España, la que había sido inquieta pero impotente en la recta final del franquismo: la progre, la de los nacionalismos periféricos, la roja, la de izquierdas, la socialdemócrata, la liberal, la europeísta, la del Vaticano II... Este bloque mantuvo la iniciativa desde la muerte de Franco hasta el deprimente final de la larga etapa de gobiernos socialistas de los 80 y principios de los 90: más o menos, del 75 hasta el 96. En esta etapa Felipe González supo encontrar un punto medio, algunas complicidades con el bloque silencioso: intentó un nuevo nacionalismo español menos rancio, personificó un gobierno fuerte y sólido (eso les gusta mucho), dio caña a los nacionalismos periféricos... E impulsó también numerosas actuaciones políticas clásicas desde el punto de vista de la izquierda, que alumbraron el Estado del Bienestar: un mix político avalado por mayorías contundentes a las elecciones y un poderoso predominio social y mediático. Además, hizo la guerra -sucia y limpia- a los terroristas del norte, con la complicidad social de la mayoría silenciosa de derechas.
Mientras tanto, el mundo fue cambiando. Del mundo que vivía una oleada de progresismo y liberalismo (años 60 y 70), con todos los matices que se quieran, pasamos al mundo del final de la guerra fría, del reaganismo, del thatcherismo, de la guerra de Afganistán donde se agotó la URSS y se forjó Bin Laden, el mundo del ayatollah Jomeini, el mundo del papa Juan Pablo II Totus tuus, gran agitador y personaje clave de la revolución neoconservadora: en aquel caldo de cultivo fue bebiendo la España del "Cuéntame", encontró bastantes vitaminas, ideas, mitos para volver a prestigiar el conservadurismo de toda la vida que había pasado una etapa de decadencia y silencio. Y cristalizó y salió a la luz, orgullosamente, sin manías, en la era Aznar. Con una izquierda de capacaída, deprimida, vivieron tiempos gloriosos que acabaron con la foto de las Azores, la boda de la niña, el rancho del emperador Bush y la guerra imperial de Irak. Sin olvidar el Prestige, el vuelo del Yakolev y la gloriosa invasión de Perejil. Años durante los cuales se apropiaron de la bandera española, del himno, de la Constitución y de Madrid. Y dieron mucha, muchísima más caña a los nacionalismos periféricos, alimentando una oleada de separatismo y radicalismo que ha empezado a trastocar el mapa político español del siglo XXI. Pero justo cuando pensaban que tenían por delante unas cuantas décadas para disfrutar de todo el poder económico y político, lo perdieron de golpe en los idus de marzo: fue fatal la combinación de una matanza en unos trenes y de las mentiras de los gobernantes que intentaron ganar las elecciones cabalgando encima de los féretros de los muertos.
Por eso ahora salen a la calle, llenos de rabia y de orgullo. Son centenares de miles y ocupan las calles con miles de banderas. Nunca habían desaparecido: la historia los había escondido, los había dejado en un rincón. Éstos son sus tiempos, están convencidos. Confieso que a veces me acojona, dicho en plata, pensar que tienen razón: en un mundo de guerras de religión y petróleo, un mundo medieval y tecnológico que acabará matándose por el agua y por la comida pero sobre todo por los dioses y las banderas, como siempre, tienen el abono necesario para crecer y multiplicarse. Parece que el péndulo de la historia juega a su favor. Veremos qué pasa a las próximas elecciones norteamericanas y cómo evoluciona el drama bíblico/coránico en Oriente Medio. Si continúan los neocons en la Casa Blanca, si Irán e Israel acaban chocando, si Bin Laden acaba convirtiéndose en el Saladino que sueña ser, si el nuevo papa Benedicto acaba encontrando su papel de líder espiritual de las cruzadas del siglo XXI, esto tendrá pronto mala pinta. El partido de la guerra y del Yahveh de los ejércitos vivirá tiempos gloriosos. Una vez más, Europa empezará en los Pirineos y habremos vuelto al principio. Al "Cuéntame". Y nos tendremos que preguntar más en serio que nunca si podemos ir juntos a alguna parte.
1 comentario:
esta muy interesante leanlo para los k kieren saber de espña
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