La brigada antivicio

El doctor John H. Kellogg tenía a finales del siglo XIX un lujoso balneario en Michigan. Era un lugar llamado Battle Creek, donde los ricos norteamericanos iban a pasar una temporadita a base de gimnasia, duchas frías, lavativas torrenciales y otras torturas y sevicias. El objetivo era limpiar y sanar el cuerpo por dentro y por fuera. El cuerpo humano, ¡ese gran templo de la salud! El tratamiento de shock se complementaba con descargas eléctricas, siempre tan tonificantes. Si los pacientes masculinos tenían tentaciones sexuales, el remedio recomendado para evitar la masturbación era la circuncisión sin anestesia. Seguro que es un método excelente para enfriar las pasiones. Y para las mujeres la solución era aplicar unas gotas de ácido carbólico puro en el clítoris. Infalible.

El doctor Kellogg regentaba con éxito su balneario, donde no por casualidad nacieron los adventistas del séptimo día. Una de las fundadoras del adventismo había soñado unos años antes con las virtudes místicas de desayunar cereales tostados… El maíz entendido como un regalo de Dios y unas buenas dosis de marketing hicieron el resto. Y un buen día llegaron las aparentemente inocentes cajitas de cereales Kellogg's: un homenaje secreto al vegetarianismo, al naturismo radical, al puritanismo de adventistas y mormones…

Un centenar de años después, las delirantes tesis del doctor Kellogg renacen con fuerza en nuestro país. Ahora, a cargo de una nueva brigada puritana, que ya no sabemos si es la brigada anti-vino o la brigada anti-vicio, o las dos cosas al mismo tiempo. La cruzada higiénico-sanitaria continúa alegrándonos la vida. Ya hace tiempo que se veía a venir. Empezamos con el tabaco y las hamburguesas XXXL, hemos continuado con los modelos de desfiles de moda, la estandarización de las tallas de la ropa y por fin hemos llegado al alcohol (nuestra droga legal) y a la cultura del vino. El próximo paso será obligarnos a cepillarnos los dientes tres veces al día por real decreto. Quiera el cielo que no se acuerden de las virtudes de las lavativas…

Es hermoso ver cómo están refundando, casi sin darse cuenta, el balneario de Battle Creek. A lo grande. Lleno de buenas intenciones, pero en la frontera del puritanismo más ridículo. Ahora la batalla se establece alrededor del alcohol y el vino, nuevos enemigos públicos de un ministerio de Sanidad y de una ministra que es el doctor Kellogg reencarnado, empecinada en una cruzada radical. Ha perdido el primer round. Sólo faltaba la tropa del PP brindando alegremente, rioja y montecristo en mano, para abrir un nuevo frente electoral… Habrá segundo round tras las generales, no tengo ninguna duda. Nos queda un añito… De momento, estos amables cruzados de la salud podrían entretenerse un poco resolviendo esas cuatro cosillas que no acaban de funcionar en la sanidad pública, por ejemplo, aunque sólo sea para matar el tiempo hasta la próxima cruzada…

Es absolutamente recomendable, en este momento histórico que vivimos, volver a ver a la película sobre el balneario de Battle Creek protagonizada por un esperpéntico Anthony Hopkins. Cuando acaba, te vienen unas ganas locas de disfrutar del colesterol, la cafeína, el tabaco, el alcohol o el sexo, no necesariamente por este orden: es una de las virtudes del puritanismo, te hace disfrutar más intensamente de los pequeños o grandes placeres de la vida, vicios incluidos… Tenemos por delante un año entero para ensuciar nuestros cuerpos y nuestras almas. Luego la brigada antivicio volverá a la carga...

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