No, no, no nos moverán...
Espectadores con pasamontañas. Entre todos los espectadores/oyentes del debate del Congreso, de ese triste duelo Zapatero-Rajoy, hubo sin duda unos cuantos etarras y algunos de sus subordinados batasunos. De esos que salen por la tele cubiertos con un pasamontañas o de los que tienen permanentemente cara de poker. Se frotarán las manos al contemplar el hermoso espectáculo. Erkoreka (PNV) explicó que un diplomático británico le dijo en cierta ocasión: "El proceso irlandés no hubiese resistido un sola tertulia radiofónica española". Ni unos cuantos mítines del PP o un puñado de frases hirientes de Rajoy. Por supuesto, ésta no es la causa única del fracaso del nonato proceso de paz, pero tanto ruido y tanta furia, han contribuido poderosamente a torpedearlo.
Errores relativos, verdades absolutas. El presidente Zapatero reconoció ayer su error en la tribuna del Congreso: se equivocó claramente cuando anunció a los españoles que venían tiempos mejores, mientras ETA estaba aparcando la furgoneta en la T4 de Barajas. Era una disculpa imprescindible y ZP lo entendió así. Rajoy no reconoció nada: está en posesión de la verdad absoluta. Da miedo.
El extremista Rajoy. Rajoy se comporta como un extremista mesiánico. Se suponía que, como quiere el tópico que sean los gallegos y los registradores de la propiedad, este hombre era de carácter sosegado y prudente. Pues nada, continúa instalado en un extremismo brutal, sin matices. Cruel. Irresponsable. Infame. Lo siguiente es darle un par de guantazos a Zapatero, porque ya lo ha dicho todo, ya ha agotado los diccionarios. Continúa deslizándose hacia la ultraderecha, al límite de las fronteras de la democracia...
Acorralar a los nacionalismos y a las izquierdas. Una vez más, Rajoy se equivocó de estrategia, entregado como está a los furiosos talibanes que realmente dirigen el PP. Primero se equivocó (me alegro) despreciando la manifestación del sábado. Ayer se equivocó más gravemente, al cerrar la puerta a un pacto antiterrorista más amplio. Se equivocó ante la historia, que le reprochará este dramático error. Pero no ante los talibanes y su coro mediático: es coherente con lo que en el fondo piensa. Que la frontera del terrorismo empieza donde acaba el PP y una parte del PSOE. Esta es la clave de su estrategia. Todos al mismo saco: si no son terroristas, son cómplices, o lo serán algún día. Queda así en evidencia una de las oscuras y perversas utilidades que le dio el PP a un pacto que le sirvió en bandeja ZP: acorralar a los nacionalismos y a las izquierdas, tratarlos como enemigos de España y echarlos del juego político de manera que no influyan en las grandes decisiones que corresponden al PP y, como mucho, a una parte del PSOE.
Terrorismo y electoralismo. Siempre han usado el terrorismo con finalidades políticas, cuando gobernaban y ahora que están en la oposición. Lo seguirán haciendo hasta el final, sea cual sea el final. Y el 11-M aprendieron algo nuevo: a mezclar el terrorismo con la mentira. Entonces les salió el tiro por la culata. Pero insisten: están convencidos de que la mayoría de españoles somos imbéciles.
¿Quién gana, quién pierde? Rajoy es mucho mejor orador que Zapatero, y se le nota que está encantado con su verbo florido, sus frases como puñales, su heroica defensa de la verdad absoluta y de una España donde sólo caben los buenos españoles. Los demás, como diría su colega presidente, a tomar por ahí. ZP gana estatura moral. Los nacionalismos democráticos dieron una lección de responsabilidad histórica que hay que reconocer: destacaron PNV, CiU, ERC. Pero no ganó nadie. Perdimos todos, un poco más: continuaremos al borde del abismo.
El pacto imposible. Un pacto antiterrorista no puede ser (como fue) de sólo dos partidos, por muy mayoritarios que sean, contra el resto de la humanidad. El intento de firmar un nuevo pacto es un paso positivo, aunque tardío. Nunca se sostuvo un pacto que era al mismo tiempo contra ETA, contra los nacionalismos (democráticos o no, daba igual) y contra las minorías que entorpecen el añorado juego (añorado desde el siglo XIX) de sólo dos grandes partidos dominantes que se alternan ordenadamente en el poder. El nuevo pacto, por bienintencionado que sea, nacerá incompleto e inviable sin el PP, que continuará con su destructiva estrategia. Y seguiremos en las mismas.
Errores relativos, verdades absolutas. El presidente Zapatero reconoció ayer su error en la tribuna del Congreso: se equivocó claramente cuando anunció a los españoles que venían tiempos mejores, mientras ETA estaba aparcando la furgoneta en la T4 de Barajas. Era una disculpa imprescindible y ZP lo entendió así. Rajoy no reconoció nada: está en posesión de la verdad absoluta. Da miedo.
El extremista Rajoy. Rajoy se comporta como un extremista mesiánico. Se suponía que, como quiere el tópico que sean los gallegos y los registradores de la propiedad, este hombre era de carácter sosegado y prudente. Pues nada, continúa instalado en un extremismo brutal, sin matices. Cruel. Irresponsable. Infame. Lo siguiente es darle un par de guantazos a Zapatero, porque ya lo ha dicho todo, ya ha agotado los diccionarios. Continúa deslizándose hacia la ultraderecha, al límite de las fronteras de la democracia...
Acorralar a los nacionalismos y a las izquierdas. Una vez más, Rajoy se equivocó de estrategia, entregado como está a los furiosos talibanes que realmente dirigen el PP. Primero se equivocó (me alegro) despreciando la manifestación del sábado. Ayer se equivocó más gravemente, al cerrar la puerta a un pacto antiterrorista más amplio. Se equivocó ante la historia, que le reprochará este dramático error. Pero no ante los talibanes y su coro mediático: es coherente con lo que en el fondo piensa. Que la frontera del terrorismo empieza donde acaba el PP y una parte del PSOE. Esta es la clave de su estrategia. Todos al mismo saco: si no son terroristas, son cómplices, o lo serán algún día. Queda así en evidencia una de las oscuras y perversas utilidades que le dio el PP a un pacto que le sirvió en bandeja ZP: acorralar a los nacionalismos y a las izquierdas, tratarlos como enemigos de España y echarlos del juego político de manera que no influyan en las grandes decisiones que corresponden al PP y, como mucho, a una parte del PSOE.
Terrorismo y electoralismo. Siempre han usado el terrorismo con finalidades políticas, cuando gobernaban y ahora que están en la oposición. Lo seguirán haciendo hasta el final, sea cual sea el final. Y el 11-M aprendieron algo nuevo: a mezclar el terrorismo con la mentira. Entonces les salió el tiro por la culata. Pero insisten: están convencidos de que la mayoría de españoles somos imbéciles.
¿Quién gana, quién pierde? Rajoy es mucho mejor orador que Zapatero, y se le nota que está encantado con su verbo florido, sus frases como puñales, su heroica defensa de la verdad absoluta y de una España donde sólo caben los buenos españoles. Los demás, como diría su colega presidente, a tomar por ahí. ZP gana estatura moral. Los nacionalismos democráticos dieron una lección de responsabilidad histórica que hay que reconocer: destacaron PNV, CiU, ERC. Pero no ganó nadie. Perdimos todos, un poco más: continuaremos al borde del abismo.
El pacto imposible. Un pacto antiterrorista no puede ser (como fue) de sólo dos partidos, por muy mayoritarios que sean, contra el resto de la humanidad. El intento de firmar un nuevo pacto es un paso positivo, aunque tardío. Nunca se sostuvo un pacto que era al mismo tiempo contra ETA, contra los nacionalismos (democráticos o no, daba igual) y contra las minorías que entorpecen el añorado juego (añorado desde el siglo XIX) de sólo dos grandes partidos dominantes que se alternan ordenadamente en el poder. El nuevo pacto, por bienintencionado que sea, nacerá incompleto e inviable sin el PP, que continuará con su destructiva estrategia. Y seguiremos en las mismas.
1 comentario:
Los millones de votantes de centro de este país, quienes realmente inclinan la balanza en las elecciones generales, deberían reflexionar ante un aspecto del debate que ha pasado inadvertido: El discurso de ERC fue mucho más moderado, conciliador, y centrado que el de Rajoy.
Semejante paradoja invita a pensar hasta qué punto el discurso de Rajoy está derivando hacia un absurdo extremo ideológico, y en qué medida podrá desandar el camino -paso imprescindible- si quiere ganar unas elecciones.
Publicar un comentario