El sueño de media España
El lunes esperamos el desenlace de otro capítulo de una nueva serie de episodios nacionales que van a dejar una huella imborrable en nuestro futuro. En el parlamento el presidente Zapatero se enfrentará a la hora de la verdad: ésta es la encrucijada de su liderazgo. Antes, a lo largo del fin de semana cada bando (palabra que define, por desgracia, lo que está sucediendo) tomará y consolidará posiciones, exhibirá sus fuerzas e intentará inclinar la balanza de la opinión pública. Una insensata batalla en la calle, en los medios y en la red, con palabras y lemas como banderas, como armas arrojadizas. Un hermoso espectáculo ante una gran mayoría silenciosa de ciudadanos y ciudadanas que contemplan el choque atónitos, cada vez hastiados.
Bajo el barniz de unas décadas complejas pero hermosas, llenas de esperanza (de los años setenta hasta finales de los noventa) dormía aletargado un viejo país roto por dentro, un país cruel, duro, cuartelario, guerracivilista, gris, de púlpito y garrotazo, un viejo país brutal. A mediados de los noventa los aprendices de brujo empezaron a despertar a la bestia, y desde hace casi tres años (preparémonos para el inminente aniversario del 11-M…) la trituradora funciona a pleno rendimiento, construyendo un abismo que separa, que obliga a escoger.
En paralelo, hemos asistido a algunos intentos, confusos y bienintencionados, de construir una casa común donde quepamos todos de buen grado. Uno de estos intentos ha sido la batalla del Estatuto de Cataluñ(ny)a. Otro, el sueño de Zapatero: no es sólo suyo, por supuesto, pero él lo lidera. Un sueño no suficientemente explicitado, algo ingenuo (en el mejor sentido), bastante confuso. Pero es el sueño de otra España posible, que ha llevado a olvidar que, por desgracia, es sólo el sueño de otra media España posible.
Estos episodios nacionales de finales del siglo XX y principios del XXI hay que leerlos en clave de lucha por el poder, claro, pero también de lucha por el alma de España. Las guerras del norte son un viejo fantasma familiar con el que convivimos desde hace siglos: junto con la monarquía y la indisoluble unidad de España forman el triple gran tabú de la transición y las primeras décadas de democracia. Este tabú se ha roto definitivamente. Y en esas guerras del norte hay la semilla de la destrucción: son guerras profundamente españolas. Llevan el ADN de esa otra media España. Roto el tabú, la bestia está suelta.
El hastío ciudadano actúa por ahora como un amortiguador, cada vez más gastado, que evita el estallido. Pese a la dura y deprimente imagen que nos devuelve el espejo (prensa, radio, televisión, internet…), aún hay otra realidad, mucho más luminosa y esperanzadora. Pero la imagen del espejo, a este paso, pronto la devorará.
Bajo el barniz de unas décadas complejas pero hermosas, llenas de esperanza (de los años setenta hasta finales de los noventa) dormía aletargado un viejo país roto por dentro, un país cruel, duro, cuartelario, guerracivilista, gris, de púlpito y garrotazo, un viejo país brutal. A mediados de los noventa los aprendices de brujo empezaron a despertar a la bestia, y desde hace casi tres años (preparémonos para el inminente aniversario del 11-M…) la trituradora funciona a pleno rendimiento, construyendo un abismo que separa, que obliga a escoger.
En paralelo, hemos asistido a algunos intentos, confusos y bienintencionados, de construir una casa común donde quepamos todos de buen grado. Uno de estos intentos ha sido la batalla del Estatuto de Cataluñ(ny)a. Otro, el sueño de Zapatero: no es sólo suyo, por supuesto, pero él lo lidera. Un sueño no suficientemente explicitado, algo ingenuo (en el mejor sentido), bastante confuso. Pero es el sueño de otra España posible, que ha llevado a olvidar que, por desgracia, es sólo el sueño de otra media España posible.
Estos episodios nacionales de finales del siglo XX y principios del XXI hay que leerlos en clave de lucha por el poder, claro, pero también de lucha por el alma de España. Las guerras del norte son un viejo fantasma familiar con el que convivimos desde hace siglos: junto con la monarquía y la indisoluble unidad de España forman el triple gran tabú de la transición y las primeras décadas de democracia. Este tabú se ha roto definitivamente. Y en esas guerras del norte hay la semilla de la destrucción: son guerras profundamente españolas. Llevan el ADN de esa otra media España. Roto el tabú, la bestia está suelta.
El hastío ciudadano actúa por ahora como un amortiguador, cada vez más gastado, que evita el estallido. Pese a la dura y deprimente imagen que nos devuelve el espejo (prensa, radio, televisión, internet…), aún hay otra realidad, mucho más luminosa y esperanzadora. Pero la imagen del espejo, a este paso, pronto la devorará.
1 comentario:
Pues esperemos que la bestia no se suelte del todo. Más nos vale a todos.
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